miércoles, 29 de febrero de 2012

Medusas (Shira Geffen-Etgar Keret, 2007)


Hágalo usted mismo

En la primera escena de Medusas no tenemos muy en claro si la pareja que se está despidiendo para siempre está en un set cinematográfico, o bajo el agua. Cuando el hombre por fin decide irse, tras él avanza un camión que oficiaba de verdadero decorado, y el celeste refulgente es substituido por el gris de Tel Aviv. Este juego de colores, de decorados empotrables y de constantes juegos entre figura y fondo es una actividad que parece entretener mucho a los directores del film, Etgar Keret y Shira Geffen, marido y mujer en la vida real, ganadores de la Cámara de oro en el Festival de Cannes del 2007. Así, podemos ver el contraste del mar con el gris de un hotel venido a menos, un globo verde en medio de un casamiento festejado en una sala de triste color ocre, o el flotador rojo y blanco de una niña encontrada en el mar, en medio de una lúgubre oficina de policía.

Ante tanta reiteración de estilo, uno no tarda en comprender que Medusas es un film desplegable, de esos productos que vienen por piezas y en donde todas y cada una –en este caso, podríamos pensar los planos- tienen su lugar donde encastrar, o su tornillo correspondiente. Entre estas piezas, tenemos así las historias de mujeres enfrentadas a la soledad y el desentendimiento. Por un lado, Batya, mesera de casamientos, cuya soledad va a ser movida cuando encuentre una niña prácticamente muda, casi un querubín encontrado entre las aguas. También tenemos una pareja de recién casados que tras arruinárseles el plan de luna de miel por la fractura de la mujer en su mismo casamiento, se hospedan en un hotel que es tan molesto como ellos quieren que sea. Podemos agregarle a este fresco una mujer que trabaja como cuidadora de ancianos para llevar plata a su familia en las Filipinas, junto a su paciente, una señora que no sabe cómo comunicarse con su hija actriz, como así también una fotógrafa de bodas a la que sólo le gusta sacar fotos de aquellas cosas inusuales que suceden en eventos del estilo –actividad artística que no es para nada apreciada por sus clientes y mucho menos sus superiores.

Los personajes abundan y fiel a películas de este estilo, sus caminos suelen trenzarse, muchas veces sin que ellos mismos se den cuenta. En principio, parecería una colección de viñetas sobre la desconexión radical entre los seres humanos. Fundamentalmente, el verdadero drama que se agita entre estas subhistorias contadas -no sin cierto dejo de humor sordo y, por momentos, un poco ácido-, es la dificultad de saber qué debe ser uno para el otro. Medusas es así una película sobre maridos, padres, madres e hijas que no saben cómo serlo. El caso más evidente de esto sería el pobre hombre que hace todo para que su desesperante esposa se sienta a gusto en su hotel, sin que nada parezca conformarla. Pero también están los padres de Batya, que dan techo y seguridad a otras personas, pero son incapaces de brindarles seguridad a su propia hija (su madre es una política de renombre, que hace hincapié en la necesidad de brindar un techo y estabilidad a los más necesitados, mientras que su padre tiene una novia bulímica a la que cuida como si fuera una paciente). O la señora que es cuidada por la filipina, quien termina realizando un gesto de completa ternura hacia ella, en vez de a su hija. O, por qué no, el policía que hace barquitos de papel con los expedientes de personas desaparecidas.

Retomando esta última imagen, se puede ver acá cual es la metáfora medular del film. En todas las historias hay referencias al agua, ya sea la que gotea constantemente del techo de Batya, los barcos del policía, o el que la filipina quiere regalarle a su hijo –cuando no el mismo océano que la separa de su familia-, el mar que no se puede ver desde la vista de la habitación de hotel de la pareja, o el poema que escribe la recién casada. En esto último, en el traspapeleo de escritos –que no detallaré en demasía, para no detallar importantes desenlaces del film- está el tema fundamental, que es el hecho de que la carta siempre llega a destino, pero de forma invertida. El mar, a fin de cuentas, es aquel continente de agua que separa a las personas de sus sentimientos, de lo que escuchan y entienden, de lo que buscan y obtienen.

Más allá de este despliegue de cuestiones filosóficas que gatilla el film, en lo más estrictamente cinematográfico, sí por momentos adolece un exceso de lenguaje metafórico, como si en todo momento Geffen y Keret (que es un famoso escritor en Israel) intentaran meter notas al pie de página en cada uno de los planos. Esto por momentos deja al espectador las cosas demasiado servidas en bandeja, confundiéndose lenguaje poético con lenguaje alegórico, como si fuera el manual de instrucciones detrás de la caja de un juego de mesa. También, más allá de la bella fotografía, hay por momentos un exceso de filtros, o de recursos que le restan un poco en coherencia estética al film, sobre todo en las partes que más desnudado queda el realismo mágico de la obra.

En definitiva, no sería descabellado pensar que a más de un espectador le irrite que se le den las referencias tan a la mano, pero el producto final es de un craft dentro de todo bien armado y preciso en su ejecución. Tómeselo como un cuento de hadas posmoderno.

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